El fin del régimen de Assad tras 13 años de guerra civil marca el colapso de una dinastía que gobernó Siria durante décadas. Su salida deja al país fragmentado.
La salida de Bashar Assad de Siria el domingo puso fin a 13 años de guerra civil y a décadas de control familiar sobre el país. Assad, de 59 años, abandonó Damasco tras el colapso de sus fuerzas frente a una ofensiva sorpresa de grupos opositores respaldados internacionalmente.
Su ascenso al poder en el 2000 generó expectativas de reformas.
Sin embargo, el presidente sirio optó por tácticas represivas similares a las de su padre, Hafez Assad, al enfrentar protestas en 2011. La violencia escaló hasta convertirse en un conflicto que ha causado cerca de 500,000 muertes y desplazado a la mitad de la población del país.
Durante el conflicto, Assad se apoyó en aliados como Irán y Rusia, quienes le proporcionaron apoyo militar clave. No obstante, las prioridades geopolíticas de estos aliados cambiaron en los últimos años, debilitando el respaldo al régimen. La guerra en Ucrania y los enfrentamientos en Medio Oriente desviaron recursos, lo que facilitó los avances de la oposición en el noroeste del país.
La dinastía Assad, gobernó Siria durante más de 50 años
Dejó una profunda huella en la región. Bajo Hafez Assad, el país se alineó con Irán, fortaleció la influencia sobre Líbano y adoptó una postura desafiante frente a Israel. Bashar continuó esta línea, aunque sin lograr consolidar el poder de manera duradera.
Con la salida de Assad, Siria enfrenta un futuro incierto.
Mientras los grupos opositores avanzan, el país permanece dividido, con zonas controladas por kurdos y otras por facciones respaldadas internacionalmente. La caída del régimen marca un capítulo histórico para Siria, pero las secuelas del conflicto dejan enormes desafíos políticos y humanitarios por resolver.
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