La República Dominicana enfrenta una de sus mayores contradicciones frente a la seguridad de las mujeres: la prohibición total del aborto, una política que niega a las mujeres y niñas el derecho fundamental a decidir sobre sus propios cuerpos y vidas.
Esta draconiana legislación se manifiesta en historias desgarradoras, como las de Adilka y Cristal, cuyos casos no solo han capturado la atención nacional sino que también han resonado en la comunidad internacional, sirviendo como sombríos recordatorios de las consecuencias de una ley desfasada y cruel.
Casos trágicos
Adilka y Cristal, víctimas de un sistema que prioriza dogmas por encima de la dignidad humana, enfrentaron situaciones en las cuales la prohibición total del aborto no solo significó una violación de sus derechos más básicos, sino que también les costó la vida.
Estas mujeres, en momentos críticos de salud y de gran dolor para sus familias, se encontraron en un limbo legal y médico y son dos víctimas más de una legislación que ignora la realidad compleja y a menudo traumática del embarazo no deseado o peligroso.
Derechos humanos
La prohibición total del aborto es una afrenta a los derechos humanos, una política que despoja a las mujeres y niñas de su futuro y arrebata cada día hijas, esposas y madres de las familias dominicanas.
La historia de Adilka y Cristal Peguero Román no se pueden olvidar y deben transformarse en un llamado a la acción. Es imperativo que se reformen las leyes para respetar, proteger y cuidar a las mujeres y niñas.
La legalización del aborto en circunstancias específicas, como:
- El riesgo para la vida de la madre,
- Inviabilidad del feto y
- En casos de violación o incesto,
No es solo una cuestión de salud pública; es una cuestión de justicia social, equidad de género y protección a nuestras familias.
Es momento de que los líderes políticos, la sociedad civil y la comunidad internacional se unan para abogar por un cambio legislativo que ponga fin al dolor que sienten las familias al perder a sus seres queridos por abortos mal practicados o por la inacción de los médicos.
La muerte de Adilka y Cristal, y de tantas otras como ellas, no debe ser en vano. Deben ser un catalizador para el cambio, un recordatorio de que la dignidad, la salud y los derechos de las mujeres deben ser protegidos y respetados en todo momento.
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