Una mancha negra cubre los ríos de Esmeraldas, Ecuador, tras el derrame de 25.000 barriles de crudo en Quinindé. El desastre comenzó en marzo, cuando una rotura en el Oleoducto Transecuatoriano desató una de las peores crisis ambientales en tres décadas. El petróleo se esparció por 86 kilómetros, contaminando los ríos Caple, Viche y Esmeraldas.
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Celso Nazareno, agricultor, perdió sus cultivos. “Vivimos de la tierra, ahora no sabemos qué hacer”, dice. Como él, cientos de familias sufren la pérdida de agua limpia, cosechas y peces. La ONU estima que 113.000 personas resultaron afectadas.
En el puerto pesquero, Neris Torres solo atrapó tres peces en todo un día. “Sin pesca no ganamos nada”, lamenta. La economía de la zona, ya golpeada por la pobreza, enfrenta un futuro incierto.
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Los efectos sobre la salud también son graves.
Karen Vélez envió a sus hijos fuera de la ciudad por los síntomas: mareos, náuseas y sarpullidos. El médico Bryan Miranda atiende hasta 100 pacientes al día y advierte: “No usen el agua ni para bañarse”.
Mientras trabajadores limpian los ríos con químicos, expertos señalan que el impacto es profundo. “No tenemos estudios actualizados ni línea base”, dice Eduardo Rebolledo, biólogo marino.
Entre 2012 y 2022, Ecuador registró más de 1.500 derrames.
El Fondo Mundial para la Naturaleza califica este hecho como una violación de derechos humanos. La petrolera Petroecuador activó un plan de limpieza, pero no ha explicado cómo evitará nuevos derrames.
Esmeraldas, una de las provincias más pobres, paga el precio de décadas de negligencia ambiental.
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