La crisis energética en Cuba impone una doble carga a las mujeres, quienes asumen solas el trabajo doméstico ante apagones diarios de hasta 22 horas.
Yanara Díaz tiene 40 años y el rostro de una mujer que apenas duerme. Vive al borde de la carretera entre Pinar del Río y Viñales, y sufre lo mismo que miles de cubanas: la rutina rota por los apagones. Cuando llega la luz de madrugada, se levanta a lavar, cocinar y recolectar agua. “Mi esposo no puede ayudarme”, dice con resignación.
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Los cortes de electricidad, que duran hasta 22 horas diarias, han obligado a muchas mujeres a abandonar sus empleos. Yanara dejó su trabajo en una cafetería porque alguien debía quedarse a esperar la corriente. Sin luz, no hay agua ni gas para cocinar.
Apagar la vida, encender la sobrecarga
Gerardo, su esposo, trabaja herrando caballos en los momentos en que vuelve la electricidad. Aprovecha un viejo aparato y cabillas recicladas para moldear el hierro. Cuando no hay corriente, usa carbón, el mismo que Yanara necesita para cocinar.
El calor tropical convierte las noches en tortura. Su hija no duerme y Yanara la abanica sin descanso. Ha dejado de llevarla al círculo infantil: “Con tantas malas noches, no aguanta”.
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Una carga invisibilizada
La abogada feminista Alina Herrera explica que las mujeres sufren el mayor impacto de esta crisis, por asumir tareas no remuneradas del hogar. “Con apagones, cocinar, lavar y cuidar se vuelve una odisea”, afirma.
La división tradicional del trabajo sigue viva: los hombres esperan comida caliente; las mujeres resuelven como pueden.
“Todo recae sobre mí”
Yanara resume su día en una frase que resuena en cientos de hogares cubanos: “Si Gerardo madruga, no puede ayudarme. Todo recae sobre mí.” Mientras el gobierno atribuye los apagones a fallos técnicos y falta de combustible, las mujeres siguen resistiendo, con calor, sin agua y con cargas que pocos ven.
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