@Justino José Rodríguez Tavera
El nuevo papa Leo XIV hereda una Iglesia dividida y en tensión. Deberá decidir entre seguir la senda de Francisco o dar un giro conservador.
La elección del cardenal estadounidense Robert Prevost como papa Leo XIV marca un momento histórico para la Iglesia católica. Es el primer pontífice nacido en Estados Unidos, y su llegada se da tras la muerte de Francisco, un papa que transformó profundamente el papel del Vaticano en el mundo moderno. El humo blanco del jueves no solo anunció un nuevo líder espiritual, sino también el inicio de una etapa llena de incertidumbre. En especial porque el nuevo pontífice ha sido catalogado como más reservado y menos abierto que su predecesor.
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Los expertos coinciden en que el nuevo papa enfrenta tres desafíos clave: preservar la unidad interna, profundizar las reformas iniciadas por Francisco y ejercer un liderazgo global coherente con los valores evangélicos.
Unidad en la diversidad
Una de las misiones más urgentes para Leo XIV será mantener unida a una Iglesia que, aunque global, está atravesada por profundas divisiones culturales, teológicas y políticas. Mientras en el sur global crece el catolicismo, en Europa disminuyen las vocaciones y la práctica religiosa. La tensión entre sectores progresistas y conservadores es palpable. Francisco apostó por la sinodalidad: una mayor participación de los laicos, las mujeres y el diálogo. Abrió espacios, incluso con quienes disienten de la doctrina tradicional. Preservar ese enfoque, como señala la teóloga Veronique Lecaros, no es una opción estética, sino una necesidad pastoral.
Leo XIV deberá decidir si continuar ese camino o dar un giro. En su pasado discurso de 2012, mostró posiciones críticas hacia los medios occidentales por fomentar «simpatía por creencias y prácticas opuestas al Evangelio», incluyendo a las «familias alternativas conformadas por parejas del mismo sexo». Esto despierta preocupación sobre si se mantendrá el carácter inclusivo de Francisco hacia la comunidad LGBTI+. El nuevo papa tiene ahora la oportunidad de mostrar una postura más empática y abierta.
Las reformas pendientes
Francisco no solo fue un reformador en estilo; reestructuró la curia, promovió el control financiero del Vaticano y actuó contra el abuso clerical. Pero aún hay mucho por hacer. El informe sobre la pederastia clerical en países como Alemania o Francia demuestra que la transparencia sigue siendo insuficiente.
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Leo XIV, con experiencia como prefecto en la Congregación para los Obispos, tiene herramientas para continuar ese proceso. Pero necesitará voluntad política y espiritual para enfrentar a sectores que preferirían barrer los escándalos bajo la alfombra. La integridad moral del Vaticano está en juego. Además, el rol de las mujeres sigue siendo una deuda pendiente. Las reformas de Francisco abrieron puertas, pero muchas siguen cerradas. Avanzar en la equidad de género en el liderazgo eclesial será una señal de verdadera renovación.
Liderazgo moral en un mundo fracturado
Uno de los legados más poderosos de Francisco fue su capacidad para hablar con voz profética frente a las injusticias globales. Se pronunció contra el cambio climático, los abusos de poder, las guerras y la indiferencia hacia los migrantes. En un mundo donde resurgen los autoritarismos, donde figuras como Vladimir Putin, Benjamin Netanyahu, Javier Milei o Donald Trump fomentan discursos de odio, la Iglesia necesita un líder con firmeza moral.
Leo XIV debe decidir si quiere ser esa voz. Su experiencia como misionero en Perú y su sensibilidad hacia los pobres son promesas esperanzadoras. Pero los primeros gestos importan. La Iglesia no puede retroceder en su compromiso con los migrantes, las minorías, las mujeres y las comunidades LGBTI+. Callar ante el autoritarismo o el racismo equivaldría a complicidad.
También deberá fortalecer el diálogo interreligioso y asumir un papel activo en la búsqueda de la paz. La guerra en Ucrania, la crisis humanitaria en Gaza o los desplazamientos masivos en África exigen un liderazgo que trascienda lo simbólico. Ser jefe de Estado del Vaticano implica una dimensión política que no puede obviarse.
Una encrucijada clave
La elección de Leo XIV ocurre en una coyuntura delicada. La Iglesia está en una encrucijada entre apertura y repliegue. El nuevo papa tiene la posibilidad de continuar una narrativa de esperanza, justicia y amor, o de volver a un clericalismo excluyente.
Como señaló el historiador Gerardo Ferrara, la Iglesia necesita integración, no homogeneidad. Las voces múltiples deben ser escuchadas. Las tensiones internas no deben silenciarse, sino canalizarse con sabiduría.
Hoy más que nunca, el mundo necesita un papa valiente, cercano a la gente, firme contra la injusticia y compasivo con las diferencias. El legado de Francisco sienta una base robusta. Dependerá de Leo XIV decidir si construir sobre ella o desandar el camino.
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