@Justino José Rodríguez Tavera
La violencia contra la mujer no es un fenómeno aislado ni exclusivo de ciertas culturas o regiones específicas. Es una pandemia global que trasciende fronteras, clases sociales y edades, dejando una estela de dolor, desigualdad y vidas arrancadas por el hecho de ser mujer. En un mundo que avanza a pasos agigantados en tecnología e innovación, resulta alarmante que todavía se mantengan en la vida diaria patrones de opresión, discriminación y violencia hacia las mujeres, perpetuados por sistemas sociales que normalizan el abuso y justifican el silencio.
Más que cifras son vidas arrebatadas
De acuerdo con las Naciones Unidas, una de cada tres mujeres en el mundo ha experimentado violencia física o sexual, la mayoría de las veces a manos de su pareja. Cada día, 137 mujeres son asesinadas por un miembro de su familia. Estas cifras no son solo números, son historias de vidas apagadas, sueños interrumpidos y familias devastadas.
Sin embargo, la violencia contra la mujer no se limita al feminicidio o la agresión física. Incluye una amplia gama de comportamientos que van desde el acoso callejero hasta la explotación sexual, la mutilación genital, la trata de personas, el matrimonio infantil y la violencia psicológica. ¿Alguna vez se ha preguntado qué siente una mujer cuando la miran en la calle, la persiguen o la tocan sin su consentimiento? El corazón de esa mujer se ha acelerado al 200%, por el miedo, durante esos segundos ella sintió el peligro inminente, esa mujer sintió el terror de ser vulnerada, ¿por qué una mujer se siente así? Porque la sociedad sigue viendo a las mujeres como subordinadas o como objetos al servicio de otros. Eso tiene que cambiar.
El silencio como cómplice de la violencia
Una de las principales razones por las cuales la violencia contra la mujer persiste es el silencio, tanto de las víctimas como de la sociedad. Muchas mujeres no denuncian por miedo, vergüenza, dependencia económica o la falta de un sistema judicial confiable. Por otro lado, la sociedad, en demasiadas ocasiones, justifica al agresor o minimiza el daño, perpetuando así el ciclo de violencia.
Este silencio se refuerza con frases como “es un problema de pareja”, “ella lo provocó” “llegó borracho”, “ quien la manda a vestirse así” o «porqué andaba sola en la calle”. Estas narrativas transfieren la responsabilidad a las víctimas y exoneran al agresor, creando un entorno donde el abuso no solo se tolera, sino que se reproduce y se acepta.
La raíz del problema
Para entender y abordar la violencia contra la mujer, es esencial reconocer su origen: la desigualdad de género. Que se remonta a nuestros inicios como sociedad, donde los roles de género estaban muy marcados. Esta desigualdad, profundamente arraigada en nuestras estructuras sociales, políticas y culturales, normaliza la discriminación y legitima el uso de la violencia como medio de control.
Desde la infancia, muchas niñas crecen en un ambiente que les enseña a ser sumisas y complacientes, mientras los niños son incentivados a ser dominantes y agresivos. Estas lecciones, aprendidas a través de juegos, medios de comunicación, religión y educación, moldean una dinámica de poder desigual que perpetúa la violencia.
Además, las políticas públicas y los sistemas judiciales en muchos países siguen fallando en proteger a las mujeres. La impunidad de los agresores y la falta de recursos para las víctimas envían un mensaje claro: la violencia contra la mujer no es una prioridad.
La solución empieza en cada uno de nosotros
Erradicar la violencia contra la mujer requiere un esfuerzo colectivo y multidimensional global. No basta con implementar leyes; estas deben ir acompañadas de una transformación cultural que cambie las actitudes y creencias que la perpetúan. ¿Cómo empezamos?
1. Educación desde la infancia
Es fundamental educar a niños y niñas en igualdad de género, respeto y resolución pacífica de conflictos. Esto incluye desmantelar los estereotipos de género que refuerzan la superioridad masculina y fomentar la empatía, el respeto por el otro y la comunicación como pilares de nuestras relaciones sin llegar a la violencia. Puede que esto que esté leyendo le suene retirado de la realidad, pero creo que en algún punto va a ser posible.
2. Políticas públicas efectivas
Los gobiernos deben invertir en programas de prevención y protección. Esto incluye refugios para víctimas, acceso gratuito a asesoramiento legal y psicológico, y sistemas judiciales que prioricen la seguridad de las mujeres. También es crucial fortalecer las leyes existentes y garantizar su cumplimiento.
3. Responsabilidad social y cultural
La sociedad tiene un papel crucial en condenar la violencia y apoyar a las víctimas. Es necesario desafiar las normas culturales que perpetúan la desigualdad y cuestionar actitudes que justifican o minimizan el abuso. Esto incluye erradicar el machismo, tanto en el ámbito privado como público.
4. Los hombres como aliados
La lucha contra la violencia de género no puede ser solo una causa feminista; requiere la participación activa de los hombres. Es imperativo que ellos reflexionen sobre su papel en el sistema patriarcal y se conviertan en agentes de cambio.
Una causa de todos
La violencia contra la mujer no es un “problema de mujeres”. Es una violación de los derechos humanos que afecta a toda la sociedad. Una comunidad que tolera el abuso, el vecino que se queda callado cuando oye gritos, es un cómplice. La desigualdad nunca podrá prosperar ni alcanzar su máximo potencial si esto se sigue repitiendo.
Este no es un desafío imposible de superar. Movimientos globales como #MeToo y Ni Una Menos han demostrado que el cambio es posible cuando las voces se alzan y la solidaridad trasciende las fronteras. Sin embargo, no podemos detenernos aquí. La lucha contra la violencia de género debe ser constante y estar en el centro de nuestras prioridades como sociedad.
Erradicar la violencia contra la mujer no solo significa salvar vidas; significa construir un mundo más justo, equitativo y humano. Es una tarea urgente que no puede esperar. Porque cada mujer tiene derecho a vivir libre de miedo, tiene derecho a no sentir que su corazón se acelera cuando está sola en la noche y cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de garantizarlo.
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