El mindfulness gana fuerza como terapia complementaria ante la depresión severa, con beneficios sostenidos y un enfoque accesible e inclusivo en salud mental.
El mindfulness, práctica de atención plena al presente sin juicios, se afianza como herramienta terapéutica frente a la depresión severa. Desde su inclusión en programas universitarios por Jon Kabat-Zinn en los años 90, su impacto positivo ha impulsado su expansión mundial.
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Un estudio reciente publicado en The Lancet Psychiatry y citado por National Geographic, examinó a 200 pacientes británicos que no respondían a terapias tradicionales. Los resultados muestran que el mindfulness no solo reduce los síntomas depresivos, sino que también evita recaídas durante meses. La práctica se presenta como complemento eficaz y accesible, sobre todo en entornos donde los tratamientos convencionales no alcanzan los resultados esperados.
Clara Strauss, psicóloga clínica, destaca que el mindfulness ayuda a reconocer y distanciarse de pensamientos negativos.
Barney Dunn, catedrático y coautor del estudio, señala que esta práctica llena vacíos en la atención pública, ofreciendo respuestas a quienes no logran mejoras con otros enfoques.
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El Reino Unido ya lo incorpora en escuelas, lugares de trabajo y servicios de salud.
Uno de cada seis británicos padece síntomas depresivos graves, y el mindfulness se adapta como respuesta preventiva y personalizada.
Más allá del entorno clínico, su flexibilidad permite practicarlo en grupos o en formato digital. Ambos métodos han mostrado beneficios sostenidos hasta seis meses después del tratamiento inicial.
Expertos consideran que el mindfulness representa una vía hacia un modelo más humano e inclusivo en salud mental. Su integración no solo alivia, sino que transforma la manera en que se comprende y trata el bienestar emocional.
En un contexto de creciente necesidad de enfoques innovadores, el mindfulness consolida su lugar como pieza clave en el cuidado mental moderno.
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